Joe Biden y Xi Jinping rompen el hielo diplomático reafirmando su voluntad de trabajar juntos

Joe Biden y Xi Jinping llegaron a Bali reforzados dentro de sus respectivas casas. El estadounidense celebra que el Partido Demócrata ha logrado retener el control del Senado en las elecciones legislativas de mitad de período, mientras que el chino, sin urnas de por medio, ha revalidado un tercer mandato que le reviste más aún como líder supremo y se ha rodeado de leales en altos cargos políticos y militares. Con estas cartas ambos se sentaron el lunes en la misma mesa, en lo que ha sido su primer cara a cara desde que Biden llegara a la Casa Blanca. Tocaba al fin romper el enorme bloque de hielo diplomático entre EEUU y China.

Biden (79 años) y Xi (69) se saludaron afectuosamente frente a una fila de banderas chinas y estadounidenses cuando se encontraron en el lujoso Hotel Mulia, una de las sedes de la paradisíaca Bali que acogerá varias reuniones bilaterales al margen entre los líderes del G-20. «Pasamos mucho tiempo juntos cuando ambos éramos vicepresidentes y es genial verte de nuevo», dijo Biden a su homólogo chino delante de los periodistas.

El estadounidense quiso que las cámaras también captaran su compromiso ante Xi de «mantener abiertas las líneas de comunicación a nivel personal y gubernamental». Biden también señaló que el mundo espera que los dos países trabajen juntos para abordar desafíos globales como el cambio climático y la inseguridad alimentaria. «Como líderes de nuestras naciones, compartimos la responsabilidad, en mi opinión, de demostrar que China y Estados Unidos pueden manejar las diferencias, evitar que la competencia se convierta en conflicto y encontrar formas de trabajar juntos en asuntos globales urgentes que requieren nuestra cooperación mutua», dijo Biden.

Los lazos entre las dos primeras potencias mundiales se han hundido desde la última vez que ambos líderes se estrecharon la mano en el foro de Davos de 2017. «Desde entonces, se han desarrollado grandes cambios como nunca antes y el mundo ha llegado a una encrucijada. Todos esperan que China y Estados Unidos manejen adecuadamente su relación. Debemos trabajar juntos con el resto del mundo para proporcionar esperanza y confianza en la estabilidad mundial», dijo Xi en una mesa de reunión en la que ninguno de los dos líderes no llevaba mascarilla, a diferencia de sus respectivas y amplias delegaciones que los acompañaban en la misma mesa.

Xi reiteró que esperaba trabajar con Biden para que la relación volviera al camino correcto. Una relación que atraviesa por las peores turbulencias desde que ambos países normalizaron la diplomacia en 1979, cuando caminaron de la mano frente a un rival común, la Unión Soviética.

Pero la China de ahora no se parece en nada a la de hace 40 años. El gigante asiático se ha convertido en una super potencia económica, militar y tecnológica, vista por Washington como una amenaza a su hegemonía, en horas bajas. Pekín, además, va de la mano de Moscú en una asociación estratégica frente a Occidente. No ha respaldado la invasión rusa de Ucrania, pero sí que se alinea con el Kremlin brindado un apoyo tácito a su narrativa, calcada por los medios de propaganda chinos, al servicio del gobernante Partido Comunista.

La vez anterior que un presidente estadounidense estrechó la mano de Xi Jinping fue hace más de tres años. Donald Trump estaba en la Casa Blanca, faltaban meses para la pandemia y las relaciones bilaterales, aunque experimentaban fricciones por la guerra comercial, eran mucho más firmes. Xi y Biden, que tuvieron muy buena sintonía personal cuando ambos eran vicepresidentes, han charlado hasta cinco veces por teléfono en el último año y medio. Pero la confianza entre ambas naciones hoy está por los suelos.

Los frentes abiertos entre los dos colosos del tablero global se han extendido a tantos campos que han encendido una nueva y peligrosa Guerra Fría. Por ello era muy importante la reunión del lunes entre Xi y Biden: no se esperan cambios diplomáticos sustanciales, pero se abre la posibilidad de que ambos líderes se muestren dispuestos a revertir el declive total de las relaciones entre sus países, como así parece tras las primeras palabras de cordialidad dedicadas por los líderes delante de las cámaras, antes de continuar con la reunión a puerta cerrada.

LA CUESTIÓN DE TAIWAN
Pekín llegó a romper con Washington en verano canales de diálogo clave como el que mantenían sobre el cambio climático tras la provocadora visita a Taiwan de Nancy Pelosi. Tras el paso exprés por la isla de la presidenta de la Cámara de Representantes, el ejército chino respondió con un simulacro de invasión sin precedentes que duró una semana. Para China, la cuestión de Taiwan es una de sus líneas rojas.

En octubre, durante el congreso del Partido Comunista donde Xi salió reforzado, el presidente chino volvió a reiterar que la «reunificación pacífica» de Taiwan con el continente era una de las prioridades absolutas de su Gobierno, y que el uso de la fuerza seguía siendo una opción. Muchos en Pekín consideran que Biden, quien ha dicho hasta en tres ocasiones que su país defenderá a Taiwan en caso de un ataque de China, está jugando con fuego al poner en peligro el principio de una sola china, un acuerdo que data de la década de 1970 según el cual los países pueden mantener relaciones diplomáticas formales con China o Taiwan, pero no con ambos.

Tras la visita de Pelosi, Pekín también paralizó toda actividad entre los grupos que había formado con Washington para discutir la repatriación de inmigrantes ilegales, la asistencia judicial o la lucha contra los delitos transnacionales. Las contramedidas de China significaron además la desaparición de los pocos canales que había entre los altos mandos de ambas armadas, fundamentales en el caso de que la tensión en el estrecho de Taiwan termine en un enfrentamiento armado.

El encuentro con Biden en Bali y la asistencia a la cumbre del G-20 supone el regreso al escenario internacional de Xi Jinping, encerrado en casa durante más de dos años y medio. Aparte de un breve viaje a Asia Central en septiembre para una cumbre de seguridad regional, donde Xi interactuó cara a cara solo líderes de países vecinos, incluido el ruso Vladimir Putin, el presidente de China no se ha aventurado más allá desde el comienzo de la pandemia.

Al calor del hogar, después de asegurarse un tercer mandato sin precedentes desde la época de Mao Zedong, Xi está en lo más alto. Nadie dentro del régimen chino se atreve a discutir al omnipresente líder. Otra imagen proyecta en el exterior, donde la amenaza a la democrática Taiwan, la represión contra los activistas de Hong Kong, las violaciones de derechos humanos contra los uigures de Xinjiang, reconocidas por la ONU, o el giro nacionalista regresivo de China, que lleva con sus fronteras cerradas desde marzo de 2020, han dañado la reputación internacional de Xi, sobre todo en Occidente.

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